Prime rib

ay (2)

¿A cuánto güerito?

Llámese como se llame la muchacha o el muchacho en el mundo profesional, ya sea escort, trabajador sexual, acompañante, prostituto, chichifo cualquiera de los nombres mamilas con los cuales siempre se evade el nombre real o el técnico, en esta chamba el acto sexual se da a cambio de dinero.

La percepción sobre el trabajo sexual es diversa, y en el mundo machín es común la presunción de que le pagó tanto a tal o a aquella muchacha del talón, por un servicio que va desde sexo oral hasta un coito vaginal o anal, y complacencia de parafilias, perversiones y delirios diversos. Todo de acuerdo a lo que se cobre por cada actividad. Para los señores ha sido del habitual gastar en servicios sexuales desde el principio de la humanidad, ya que sí es el oficio más antiguo del mundo, o al menos desde que existe el trueque.

Ha poco platicaba con un trabajador sexual que es estudiante de nivel universitario y que se dedica al servicio sexual sólo para mujeres, es decir, es un asistente del fornicio cuyas tarifas dependen mucho de la persona, de las circunstancias y hasta de la antigüedad de la persona con quien se vaya a liar.

Dice que no da servicio a personas homosexuales, pero esos argumentos son para afianzar el gusto de las damas por ellos, ya que muchos atienden mujeres en sus centros de levante y a hombres a través de las páginas de anuncios personales gays, que tienen un éxito enorme. Al rato me encontraré su fotito en manhunt.com

Este hombre a quien le pondremos Patricio, tiene 19 años y un cuerpo excesivamente trabajado, con mucha producción. Se ve y se siente firme, porque él me dijo: “mira, toca, toca…”, ash no me iba a quedar como tonta y salir con mi saltillada de “ay no, qué pena…”

De cerca se ve mucho más alto, más fornido y con una pinta de jugador de futbol americano. Su cara además es su hit, porque posee rasgos muy delicados, lo que le da un look de toro joven, especímenes muy apreciables para las señoras que rondan los supermercados en las mañanas y que van por la ponencia semanal, pero con el bateador emergente. En sí es un hombre que le puede gustar a cualquier mujer.

Patricio entró al servicio sexual, después de haber pasado algunos meses bailando como estríper, actividad que no le gustó por el exceso de agandallamiento de las damas en las despedidas de soltero, “salía con las nalgas llenas de arañazos”, además del otro agandallamiento de los gays, quienes no paraban de agarrarle el culo o los testículos, mientras se daba sus vueltas por el antro. Aunque se acostumbró a que le dieran sus repasadas en el tafanario, pronto tuvo que dejar la vida nocturna porque además juega en un equipo universitario.

Como si no faltara el drama en las vidas de los trabajadores sexuales y similares, a Patricio lo viene iniciando en el talón una vecina de su colonia quien lo ve bailar en el antro. Le ofrece 500 pesos por una relación sexual con coito y sexo oral, ella a él. Todo fue que la vecina se prendiera y le redoblara la tarifa, porque así como ella, tiene otras señoras fijas a las que ve cuando van al mandado o cuando asisten al gimnasio.

“Nunca me han tratado mal y todas son como amigas, ya me acostumbré”, me platica Patricio, a quien le regalé una caja con 100 condones, nada más para que no se le olvidara ponérselos. La mayoría de estas señoras que se ven tan limpias, tienen esposos que no sabemos en donde ponen sus genitalias.

La actividad de un trabajador sexual es dinámica, y según me dice, cada vez es más alta la demanda de mujeres que van con una persona que se dedica al fornicio, se lo llevan a un motel, le pagan y se van, volviendo a la rutina normal de hijos, y esposo compañero y proveedor de la tarifa para el ayudante. Uno no sabe para quién trabaja. Y como diría una mujer en las redes sociales: “si está guapo el muñeco, aunque esté caro…” Ya le va…

Ni gratis: elia.martinez.rodarte@gmail.com

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